A propósito de Niña Errante

En medio de una oleada de comentarios de todo tipo, Niña errante ha puesto en la superficie una cosa que creíamos imposible en Colombia: la crítica de cine parece importarle a alguien más que a los que la escribimos.

Para tratar de pensar cómo es que se separan tanto las percepciones dentro de un grupo de gente sobre una misma cosa, y lo que eso podría decir sobre el cine, la crítica y, claro, Niña errante, recogimos el análisis de varios de nuestros críticos sobre esta película. Disfruten y que esto sirva para volver a ella, darle vueltas, pensarla y no dejar que este nutrido debate se acabe tan pronto.





Tuve la oportunidad de ver Niña errante en el FICCI, durante la inauguración del reciente Festival de Cine de Cartagena. Aclaro esto porque la vi justo después del discurso de presentación que dio su director Rubén Mendoza. No me detendré en los temas políticos que tocó en ese momento sino en la manera cómo presentó su obra, de la que dijo trata sobre “las implicaciones de atravesar un país de machos siendo mujeres.” Después de eso mencionó varios nombres entre los que se contaban escritoras, artistas, poetas, etc, a las que citó como influencias importantes para la realización de este trabajo. Por si esto fuera poco aclaró que se rodeó de un amplio grupo de mujeres que lo acompañaron durante el proceso de realización. Así que cuando se apagaron las luces y rodaron los créditos iniciales yo tenía una gran expectativa.

La historia cuenta el viaje que realizan unas medio hermanas tras la muerte del padre las cuales emprenden juntas la tarea de llevar a la menor, la única que vivía con él , a su nuevo hogar ahora que ha quedado huérfana. Este viaje improvisado les permitirá conocerse unas otras y tejer lazos ente ellas.  Lo primero que anotaría es que la narración del viaje carece de ritmo, la acción se detiene en momentos en los que no está sucediendo gran cosa (entiendo que muchos de los “movimientos” son internos pero estos no se esbozan claramente) y en otros, que uno quisiera se detuviera a explorar sus personajes, se acelera. Esto produce que sea difícil conectarse o sentir algún tipo de empatía por estas mujeres a las que no dejamos de sentir lejanas, al final, pareciera que ni a ellas mismas les importara mucho lo que ha sucedido.

Sentí, también, las actuaciones desiguales y poco se trasmite el vínculo que supuestamente se está creando entre ellas. Ciertos elementos oníricos que podrían ser interesantes terminan desarticulados con el resto de la trama, es difícil entender qué tienen qué ver con la historia o por qué ingresan justamente en los momentos en que lo hacen.  

Finalmente, y seguro lo que más me molestó, fue no encontrar materializada la promesa hecha en el discurso sobre lo femenino. La manera cómo el cuerpo de la mujer, gran protagonista de la cinta, es filmado está, de una y otra manera, cargado de un cierto erotismo. Hay algo ahí, en la manera como la cámara se acerca a ellos en su aparente intimidad que no se siente del todo natural y cotidiano. Las palabras, tan propias de la construcción de lo femenino, parecen sustituirse aquí por roces, caricias, un afán de tocar y ser tocado. Me pareció inquietante que convertirse en mujer, en la película, realizar esa transición parece estar invariablemente ligado precisamente a esa erotización del otro sobre el cuerpo femenino que puede, además,  venir cargada de violencia. Sentí que esa violencia no era juzgada, ni reflexionada en la cinta sino que se naturalizaba como un paso más, algo con lo que convivimos las mujeres. Puede que esto último, por desgracia, sea cierto pero se siente un tanto torpe que se deje así, esbozado como un hecho más, una simple vivencia que se suma a otras necesarias para dejar atrás la niñez y la inocencia.

Diana Ospina Obando

El problema de Niña errante está en su poca efectividad, no en su intención moral. Son diversos los recursos que, ensamblados, no lograron darle la gravidez suficiente a la historia, quizá debido al afán del director de concentrarse demasiado en los detalles y en fabricar planos artísticos, no pocas veces injustificados. Entre los recursos fallidos, el que, desde mi punto de vista, más perjudicó la obra fue la poca naturalidad en la disposición de los cuerpos y en el manejo de los espacios, sobre todo en la relación entre los personajes de las hermanas. La forma como, por ejemplo, duermen o se tocan carece de veracidad. Podría uno incluso imaginar al director ubicando él mismo a los personajes en posturas como de estatuilla de sala, buscando equilibrios y balances imposibles en la realidad, en una obra que, podría creerse, pretendía resaltar la espontaneidad de la mujer.

Esta poca naturalidad también fue el detonante de que la lectura de su intencionalidad haya tomado otros caminos. El problema no estaba en la desnudez de los personajes, sino

en la falta de un acercamiento espontáneo hacia los cuerpos, uno más honesto y menos fabricado. En ese sentido, la poca veracidad de la relación entre los personajes no logró crear un vínculo firme entre ellos y el espectador, ni mucho menos conmoverlo, lo cual condujo a que la historia flaqueara e, incluso, fuera malinterpretada .

A esto se suma la dificultad de diferenciar lo onírico de lo real; aunque tal haya sido el propósito del director, el espectador, en vez de esforzarse o ser partícipe de la obra, puede por momentos extraviarse. Son rescatables, sin embargo, algunas de esas escenas, que, contempladas en su unidad (porque no siempre aportan a la construcción de la historia), evidencian un gran mérito artístico, como aquella especie de danza entre la niña y la retroexcavadora, que resalta por su originalidad y ayuda además al espectador a entender la sensibilidad del personaje y su capacidad de soñar despierta.

Danny Arteaga


El principio y el final de Niña errante (2018), se antojan igual de confusos. Las dudas que acechan al principio de la historia acerca de las cuatro hermanas, que terminan unidas por el fallecimiento de su padre, siguen sin resolverse al final. La belleza onírica que el director busca mostrar desde las imágenes y los sueños de la hermana pequeña, se antoja amañada e impostada, y más que permitirnos ahondar en la mentalidad de las mujeres, nos desconecta, haciendo que nunca podamos generar lazos con ninguna de ellas; pues sus motivaciones nos son desconocidas y nunca logramos comprender del todo el por qué de su infelicidad, ni el por qué de su angustia. Los personajes se nos presentan distantes, como si el filtro con el que miráramos estuviera empañado.

Adicionalmente, la intención de mostrar un despertar adolescente circunscrito casi en su totalidad al cuerpo, pareciera excesivo y quizás bastante elemental. Es cierto que como adolescentes nos intrigaba nuestro propio cuerpo, pero no nos desgastábamos demasiado en manoseos y miradas furtivas exageradas con el ajeno; lo que privilegia más las elucubraciones mentales fantasiosas de una mirada claramente masculina, que las de una niña en pleno despertar de su consciencia.

Sin dejar de reconocer los méritos narrativos de un director con sobrada experiencia, en esta ocasión Rubén Mendoza nos deja un sinsabor, cuando encontramos en Niña Errante, una película que quiso ser muchas cosas que lamentablemente no logró ser.

Liliana Zapata

Al finalizar el visionado de la nueva película de Rubén Mendoza, es muy poco lo que uno puede llevarse de esta. Por un lado la película no logra equilibrar los dos géneros donde pretende situarse, el road-movie, pues poco tiempo es dedicado al viaje que realizan las cuatro protagonistas, un viaje que tampoco genera un cambio en ellas, y el coming of age, tratado superficialmente en unas cuantas escenas. Las cuatro protagonistas, que se suponen deben ser el corazón de la historia, no se diferencian más allá de lo físico y la edad, ninguna tiene una personalidad que sobresalga o que permita conocerlas como personas; sus formas de pensar y ver el mundo se reducen a diálogos expositivos en medio de conversaciones.

La película no logra alcanzar el potencial que puede dar, no crea un discurso respecto a la figura femenina o a su estilo de vida, la relación entre las cuatro mujeres nunca se concreta ni se siente real o verosímil, a pesar que de las cuatro actrices dan lo mejor de sí para representar sus papeles. Ideas sueltas van apareciendo de vez en cuando, la narrativa se siente forzosamente extendida, (aún para sus noventa minutos de metraje) rellenada por silencios y cuadros que buscan complementar la falta de una historia cohesiva.

Julio Bedón

Niña Errante ha sido más denostada que aplaudida. Pertenezco al sector que le gustó. Acierta en las locaciones, en la música que creó y en la sencilla historia que relata con un guion- lacónico- sin pretensiones ni literarias ni poéticas y menos sociológicas.

Las tres hermanas de Ángela, débilmente trazadas, retratan a mujeres comunes y corrientes, sin perfil intelectual, que hacen parte del grueso de la población (hombres incluidos) que comienza a introducir en su lenguaje rudimentario algunos conceptos del feminismo, con desparpajo. Y Ángela, la niña, sencilla, natural, dolida por la muerte de su padre, se hace mujer ante nuestros ojos.  

Atractivas, tiernas, simples, pero, sobre todo, indulgentes, las tres hermanas mayores no juzgan a ese padre, promiscuo, ausente, como los miles de los que tenemos noticia, simplemente lo entierran y en un acto de perdón, del que todos los días exigimos a los guerreros, llevan a la menor hacia tierras desconocidas, a una nueva vida con la única parienta que la acepta.

El viaje de las cuatro jóvenes por una geografía exuberante, tranquilísima, desolada, paradisiaca, que también se encuentra en esta tierra, las enfrenta con conflictos mínimos como que el radio no funcione o que el carro haya sido desvalijado y deban pernoctar dos noches en un pueblo de tierra caliente, habitado por gentes como ellas y, también, con malandrines, de esos que abundan.

El encuentro con esos “machos armados” va más allá de los piropos de doble sentido del mecánico o de las miradas maliciosas de los hombres de la discoteca, desembocan en un intento de violación, con puñal y pistola. Una historia que se repite sin que la mayoría de ellas tengan el final feliz de la película. Los criminales no logran su cometido gracias a la solidaridad de otros armados que hacen huir a quienes querían poseer el cuerpo femenino como su botín.

Myriam Bautista

Niña errante, la última película de Rubén Mendoza, resulta desconcertante y hasta cierto punto molesta y de mal gusto. Sorprende la ingenuidad de un director que está acostumbrado, en algunos casos, a proponer discusiones a través de historias cargadas de sentido. Aquí no hay nada más que un intento, completamente desafortunado, de acercarse a lo femenino.N


No se trata de una película que le de espacio y voz a las mujeres, se trata más bien de un monólogo de un hombre confundido que puso su discurso, uno que se siente machista e ignorante, en la piel de sus personajes. Cuando digo piel, lo digo precisamente porque es todo lo que vemos. Sobre exposición de piel sin sentido, sin diálogos que nos digan algo realmente valioso. Sin contar la forma nefasta en la que el director decide representar los cambios físicos y emocionales de la mujer.

La película es pobre en fondo y forma, y resulta una lástima para un director del que se esperan mucho más.

Carolina Morales

Ángela, es la protagonista adolescente de este film. Solo es a ella a quien se explora en la película, a quien la cámara persigue: esa misma cámara se convierte en sus ojos, sus vivencias y sus sueños. Ángela es una jovencita que está atravesando una época en su vida que es de las más explosivas: pasar de niña a mujer; sumado esto a que su padre ha muerto y este suceso hace que se encuentre con sus tres hermanas medias mayores que ella, a quienes nunca había conocido. A diferencia de ellas, Ángela fue la única que tuvo la oportunidad de ser criada por su padre.

Niña errante (2019) es dirigida por Rubén Mendoza, en la que gran parte de su equipo técnico está compuesto por mujeres, con el que hizo una película en la que todo el tiempo vemos a una o varias mujeres en escena. Yo como mujer, me podría escudar en la vía fácil de decir que en esta cinta mostraron los cuerpos de mujeres desnudas y que es un acoso a nuestro cuerpo o que las están poniendo de subordinación frente a los hombres para verlas como objeto sexual, con la excusa de que como es cine, es arte y que por eso está bien que sea así. Pero, ¿cuál es la paranoia social con ver un cuerpo desnudo? ¿Todavía es impuro? ¿Es que nos tapamos los ojos al bañarnos y al mirarnos en un espejo?

Las mujeres de Niña errante parecieran estar desamparadas todo el tiempo que las vemos en pantalla, pareciera que los hombres en cada momento le hicieran “daño” a la imagen femenina y que, por esto, ninguno debería estar cerca a alguna de ellas. El machismo resuena en varios momentos de la narración con personajes morbosos y violentos, mientras que la imagen de las mujeres es muy adolorida y decepcionada de ellos. La línea narrativa de la película no es clara, se presta para múltiples apreciaciones que quedan en vacíos para el espectador. Además, el vínculo entre personaje y audiencia es débil porque carece de empatía en varios momentos. Aunque cabe resaltar que, el proceso de descubrimiento del mundo femenino de la protagonista Ángela se puede considerar valioso, porque nos cuestionamos con sus acciones y «sentimos» ese miedo a crecer y a enfrentarnos a un universo desconocido.

Las jóvenes en la película y además, podría decirse que las de cualquier lugar, pueden carecer del acompañamiento masculino a nivel de comprensión y afecto, pero por eso, no quiere decir que ellas no puedan sobrevivir a sus propios retos y alcanzar sus propios objetivos; porque esto ya sería comenzar una discusión del supuesto «sexo más fuerte», cuando tanto hombres como mujeres cuentan con las mismas capacidades fisiológicas. Tampoco podemos tapar esta realidad refugiándonos en películas románticas y “perfectas” como las que ya estamos acostumbrados a ver. Está bien contar historias honestas, está bien que a muchos no les guste lo que ven porque al fin y al cabo el cine es una forma de expresión que busca mostrar historias que son auténticas desde la perspectiva del autor de ellas.

Ingrid Úsuga O

Lo peligroso, como ya se dijo mil veces mejor de lo que podría hacerlo yo (ver Sanín y Zuluaga), tiene que ver con cómo el director mira a sus personajes. Es muy diciente la escena donde la niña errante (que a todas estas…¿por qué es errante? Se está pasando de casa por primera vez, no está recorriendo el mundo buscándole un sentido a su vida…) saca un CD con grabaciones de la voz de su papá. Un momento que debería tener (al menos eso se nos hace creer) un peso emocional importante y que podría convertirse en una especie de reconciliación con el padre difunto. Todo lo contrario: esta escena repite y solo está al servicio del calzón y ombligo de Carolina Ramírez. En la escena donde el peso dramático se lee a leguas, Mendoza filma… ¡un calzón! (¿Otra película heredera del momento Instagram? Puede ser. El sueño con la máquina también nos da para pensar eso). También en el sueño con el llanto del bebé que no ha nacido, Mendoza filma las tres hermanas mayores dormidas, junticas y, ojo a esto, sin cabezas. Una vez más calzones y ombligos. Niña Errante fluctúa entre la publicidad de paradero de bus y la película medio aburrida, repetitiva y sosa. Ahora lo peor: film descarado, interesado en sus personajes siempre y cuando sean muñecas de plástico con todas las articulaciones móviles para hacer y deshacer al gusto. Eso es lo peor que puede hacer un director: ignorar a sus protagonistas, extraerles la vida, reducirlos a acciones simples. Cambiar la generosidad por la codicia. Eso no. Nunca. El punto de la película queda en evidencia muy cerca del principio: la entrada al mundo femenino se hace desde una creencia previa. El procedimiento de Mendoza es ir a filmar lo que no conoce creyendo tener una respuesta develada. Faltan las preguntas en esta película, las incertidumbres, el abismo… El film está limitado a un asunto corporal. De ahí no se abre. No es un film de apertura sino de estrechez. Aparece una ley del cine de Mendoza: nuestro interés como espectador se intenta captar, agarrar como se agarra una comida cuando hay hambre, por una apabullante acumulación de imágenes impactantes (la niña que sale de un túnel, el hermoso río que vemos desde arriba, la coreografía con la retroexcavadora…) y no porque el director sepa hacer algo entre sus personajes que nos parezca único. En Niña Errante el gesto es apabullante o no lo es. Decía Mendoza en una entrevista que en sus películas el paisaje era considerado un protagonista. Alguien que le diga que para hacer eso no basta con montar la cámara en un don y ver, de arriba para abajo, un paisaje. Si algo tiene esta película es ceguera crónica con todo lo que no sea una mujer en ropa interior. La película parece el sueño de un adolescente que imagina lo que podría ver detrás del orificio de la puerta. La película de un espía, un entrometido.

Pablo Roldán

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